
El fútbol tiene dos citas mayores en Estados Unidos: el Mundial de Clubes en 2025 y la Copa Mundial de la FIFA en 2026. Dos oportunidades históricas para mostrar que el juego más popular del planeta puede ser, también, el más inclusivo. Pero lo que estamos viendo hoy es otra cosa: un ensayo general de exclusión, vigilancia y miedo.
El Mundial debería ser una fiesta. Una celebración planetaria de goles, colores y canciones. Pero lo que se perfila para 2026 en Estados Unidos no es una celebración global, sino un evento blindado por el miedo, custodiado por ICE y con la sombra de Donald Trump flotando sobre cada tribuna.
La experiencia del fútbol está siendo secuestrada por políticas migratorias excluyentes, controles racistas y un sistema que convierte a los estadios en zonas de riesgo para miles de fans. ¿Quién puede cantar un gol cuando sabe que puede ser detenido por no parecer “estadounidense”? ¿Qué clase de Copa Mundial es esta, si se pide pasaporte antes que camiseta?
A un año del primer pitazo oficial, la verdadera “logística” ya empezó: redadas migratorias, restricciones de visado, y una vigilancia sistemática hacia comunidades racializadas. El encargado de garantizar la “seguridad” del evento no es otro que ICE (Immigration and Customs Enforcement), el mismo organismo tristemente célebre por separar familias en la frontera, realizar detenciones masivas sin orden judicial y allanar vecindarios latinos a las 5 de la mañana.
La situación se agrava con el regreso, en los hechos, de Donald Trump y su retórica del “America First”. Hace apenas unas semanas su equipo impulsó un veto migratorio a ciudadanos de 12 países de mayoría musulmana y africana. Entre ellos, Irán —ya clasificado al Mundial 2026— y Sudán, que aspira a debutar en el torneo. ¿Qué tipo de Copa del Mundo se puede celebrar si los hinchas de estos equipos no pueden siquiera poner un pie en el país anfitrión?
La población inmigrante en Estados Unidos ha mantenido una tendencia creciente desde 1995, interrumpida entre 2020 y 2021 por la pandemia por COVID-19. En 2023 llegó a 51.5 millones de personas, 15.6% de la población del país, de las cuales más de la mitad son originarias de América Latina y el Caribe (26.3 millones). Asia se ubica en la segunda posición con 15.5 millones de inmigrantes (30.1%).
Las implicaciones van más allá del fútbol.
Decenas de fans ya han visto negadas sus visas por publicaciones a favor de Palestina en redes sociales. Periodistas han sido atacados con balas de goma por cubrir protestas contra ICE. Turistas han sido interrogados en aeropuertos y forzados a desbloquear sus teléfonos para “revisiones de seguridad”. Todo esto antes de que el primer balón ruede.
¿Dónde está la FIFA? ¿Dónde está ese organismo que se llena la boca hablando de diversidad, de fair play y de unir al mundo? ¿Cómo justifica entregar la sede del mayor evento deportivo del planeta a un país donde ir al estadio puede implicar un riesgo existencial para millones? La FIFA tiene poder —y tiene responsabilidad. Callar ante este contexto no es neutralidad, es complicidad. Y cada vez que su dirigencia se acomoda en el silencio, lo que protege no es el fútbol, sino los intereses de los gobiernos y corporaciones que lo financian. Si no actúa ahora, la FIFA será recordada no como la organización que unió al mundo a través del deporte, sino como la que lo dividió bajo la excusa del espectáculo.
De acuerdo con cifras oficiales del Departamento de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, durante sus primeros 100 días al mando del país (abril, 2025), se registró el arresto de más de 158,000 inmigrantes ilegales, incluidos más de 600 miembros del Tren de Aragua. De ellos, poco más de 142,000 fueron deportados, según se lee en el reporte.
“Bajo la dirección del presidente Trump, la secretaria Noem lanzó una campaña instando a los inmigrantes ilegales a abandonar los EE.UU. voluntariamente o enfrentar la deportación sin posibilidad de regresar”, se lee en el informe. “El presidente Trump canceló la aplicación CBP One , que permitía a más de un millón de extranjeros entrar ilegalmente a Estados Unidos. [También] está aplicando la Ley de Registro de Extranjeros, que exige que los extranjeros se registren ante el gobierno federal. Si los inmigrantes indocumentados no cumplen, se enfrentan a multas y prisión”.
El fútbol no puede ser neutral ante el racismo institucional, ante las políticas de exclusión y ante un sistema que criminaliza la identidad. No basta con decir que “el fútbol es de todos” si no se garantiza que todos —sin excepción— puedan estar ahí, sin miedo. Una Copa del Mundo sin su gente no es una Copa del Mundo. Es solo otro espectáculo controlado por los que siempre quieren decidir quién entra y quién se queda afuera.
Estados Unidos es el principal destino de la población migrante internacional, se estima que concentra casi una de cada cinco personas migrantes en el mundo. La relativa proximidad geográfica, el anhelo por el Sueño Americano, las redes migratorias presentes, el gran diferencial salarial y la falta de oportunidades económicas en las comunidades de origen, hacen que, para México y muchos otros países de América Latina y el Caribe, sea el principal destino para la migración tanto autorizada como no autorizada.
Imaginar un Mundial de fútbol en ese contexto no es exagerado: es urgente. Porque no se trata solo de deporte. Se trata de quién tiene derecho a existir en el espacio público. Se trata de si un joven marroquí podrá viajar a ver a su selección sin temor a ser deportado. De si una familia hondureña podrá alentar a su equipo sin esconderse. Se trata de si el evento más grande del mundo se celebrará con el mundo, o contra él.
La FIFA guarda silencio. Gianni Infantino se esconde detrás de discursos vacíos sobre inclusión y diversidad, mientras entrega la sede a un país que convierte la hospitalidad en una excepción y la exclusión en norma. ¿Dónde está el “espíritu global” del que tanto hablan?
Lo que está en juego no es solo el Mundial. Es el principio mismo del fútbol y de los eventos deportivos como fenómeno universal. Si no todos pueden asistir, si no todos pueden estar seguros, entonces lo que se celebrará en 2025 y 2026 no será un triunfo del deporte, sino una derrota colectiva de la humanidad.
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