Ricardo Arjona se encuentra en la semana final de su residencia en Guatemala, donde completará 25 fechas completamente agotadas en el Teatro Nacional, triunfando al jugar como local.
En el marco de esa estancia, el ídolo guatemalteco ha ofrecido conciertos llenos de clásicos que ya hacen parte del imaginario colectivo y la cultura popular de América Latina. La evidencia más clara de su alcance y vigencia actual está en la llegada a Guatemala de una horda de fanáticas que vienen desde Argentina, Chile, Ecuador, Colombia, Belice y Venezuela, por mencionar solo algunos lugares.
Una vez allí, el Teatro Nacional recibe al público con dulces, comidas, licores, artesanías y tejidos de Guatemala, mostrando el orgullo que su artista más grande siente por esa hermosa tierra centroamericana.
“Paisanos, buenas noches”, saluda Arjona después de las primeras tres o cuatro canciones, y su gente estalla de emoción. Ese vínculo con su tierra parece ser el hilo conductor de la residencia, con conciertos llenos de historias, anécdotas y confesiones.
El escenario (enmarcado en pantallas de altísima definición) empieza siendo la fachada de un “Cabaret Seco”, y se transforma en otras calles, en noches estrelladas, álbumes de fotos, playas, y en un edificio en llamas, arrasado por lo que parece ser una aplastante ruptura amorosa.
Todos estos shows no se han limitado a revisar la exitosa historia de Arjona, y han dado mucho espacio a Seco, su álbum más reciente. Canciones como ‘Gritas’ (en la que buena parte del público pudo sentirse aludida), ‘Despacio que hay prisa’, ‘Todo termina’, o ‘Mujer’ (con la aparición sobre el escenario de su hija, la actriz Adria Arjona), confirman que el cantautor mantiene intacta esa vena que aún conecta con millones de personas en Hispanoamérica.
La misma fuerza permanece también en su interpretación vocal, que se muestra muy sólida durante todo el espectáculo, en el que una banda impresionante le acompaña. Vientos, cuerdas, coristas, y una bailarina, se suman a la batería, bajo, guitarra y teclados, en un conjunto que sorprende por su versatilidad para moverse entre el rock, la salsa, el flamenco, el reggae y las baladas, sin mostrar fisuras.
En tiempos de espectáculos tacaños, donde influencers disfrazados de cantantes brincan frente a una pantalla mientras hacen playback, Ricardo Arjona entrega conciertos generosos en términos de calidad musical, visuales, cercanía con el público, sentido del humor y repertorio. Mucha gente con ínfulas de superioridad intelectual critica sus letras, pero miran a otro lado cuando los listados se llenan de sencillos que hablan sobre nalgas y marcas de ropa, autos y champaña, o hacen apología directa al narcotráfico y otros crímenes. Esos influencers disfrazados de cantantes darían la vida (y todos sus Lamborghinis alquilados) por la mitad de una carrera como la de Arjona.
Como es apenas lógico, el repertorio de esta residencia recorre gran parte de las cuatro décadas que Arjona ha dedicado a la música, y está lleno de éxitos como ‘El problema’, ‘Acompáñame a estar solo’ (mostrándole a una fanática lo que puede pasar cuando suelta el celular por unos minutos), ‘Si el norte fuera el sur’ (perfecta para los votantes de Trump, “intelectuales del bronceado”), ‘Dime que no’, y ‘Desnuda’.

Tampoco podían faltar ‘Señora de las cuatro décadas’, ‘¿Cuándo?’, ‘Te conozco’, e ‘Historia de taxi’, con un Volkswagen escarabajo amarillo que se abre paso en el escenario. Y todo eso viene antes de que haya espacio en el encore para ‘Mi país’, que emociona hasta las lágrimas al público guatemalteco.
Estos espectáculos han sido una celebración de sus raíces, un regreso a sus orígenes y su identidad forjada desde una infancia humilde, en medio de un gran orgullo por su tierra y su familia, con una conexión que se tradujo en 25 shows con entradas agotadas y un público totalmente entregado más allá de las canciones.
Hacia al final, antes de que el teatro explote con ‘Mujeres’, las fans ya están completamente enloquecidas, y Arjona termina de presentar a su banda, para luego gritar con el aliento del triunfo, “¡Yo me llamo Ricardo, y soy de aquí!”.
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