War of the Kingdoms (La Guerra de los Reinos), es la nueva superproducción épica creada y dirigida por Cyrill Boss y Philipp Stennert, responsables de la reciente adaptación de Resident Evil. Inspirada en El Cantar de los Nibelungos y en la novela Hagen von Tronje de Wolfgang Hohlbein, la serie propone una relectura ambiciosa de una leyenda medieval que sentó las bases de buena parte de la fantasía moderna.
Con War of the Kingdoms, Boss y Stennert no buscan competir con los grandes títulos de la fantasía moderna como The Lord of the Rings y Game of Thrones, sino recordar de dónde vienen muchas de esas historias. Su serie apuesta por la épica, pero sobre todo por el conflicto humano que late bajo las armaduras, las coronas y la sangre derramada. Una relectura ambiciosa de un mito fundacional que, siglos después, sigue hablando de poder, familia y destino.
En esta conversación, Boss y Stennert reflexionan sobre el peso cultural del mito, el llamado “efecto retroactivo” que hace que los clásicos parezcan derivados de obras contemporáneas, y las decisiones creativas detrás de una historia donde la épica convive con un conflicto tanto íntimo como universal.
Hoy muchas audiencias leen los relatos clásicos a través del filtro de fenómenos modernos como Game of Thrones, Star Wars o Stranger Things. ¿Cómo lidian con ese efecto retroactivo, donde pareciera que las historias antiguas como las de El anillo de los Nibelungos, John Carter o IT imitan a las nuevas y no al revés?
CYRILL BOSS: Es una pregunta muy pertinente. El Cantar de los Nibelungos, que data del siglo XIII y tiene raíces aún más antiguas, es en realidad la base conceptual de muchas de esas historias modernas. De algún modo, obras como El Señor de los Anillos o Juego de tronos beben directamente de ahí y sus autores lo han hecho explícito. Por eso nuestra decisión fue clara: volver al mito original. Para nosotros, como creadores alemanes, esta historia forma parte de nuestra cultura, del mismo modo que el ciclo artúrico lo es para Inglaterra.
Claro que existe una influencia inconsciente, porque todos hemos visto y disfrutado esas series, pero habría sido un error intentar imitarlas. Sus presupuestos y escalas son completamente distintos. Además, en el fondo, esta no es una historia de mundos, sino de personas. El núcleo del relato se parece más a The Godfather: es un drama familiar, una historia sobre lealtades, rupturas y traiciones dentro de un mismo linaje.

La figura del héroe, especialmente Sigfrido, responde a valores muy antiguos. ¿Cómo fue el proceso de reinterpretar ese modelo para una audiencia contemporánea?
PHILIPP STENNERT: Justamente ahí encontramos uno de los mayores desafíos. Sigfrido, en la saga original, es un héroe casi arquetípico, muy simple en su brillo y su fuerza. Eso responde a una visión del mundo propia de otra época. Lo que nos interesaba era preguntarnos: ¿qué tipo de hombre sería realmente alguien así? ¿Cómo lo percibiría la gente que lo rodea?
Queríamos complejizarlo, darle una dimensión más humana, menos idealizada. Al mismo tiempo, hay valores que atraviesan los siglos y siguen vigentes, como la familia, el honor o la ambición. Ese contraste entre lo que debe ser revisado y lo que sigue resonando hoy fue uno de los motores creativos de la serie.

La serie combina intrigas políticas, amores prohibidos, batallas y elementos fantásticos. ¿Cuál fue el mayor reto creativo al equilibrar todos estos registros?
BOSS: En lo técnico, sin duda las batallas y las secuencias de acción son siempre un desafío enorme, por una cuestión logística. Pero creativamente, lo más complejo fue trabajar el aspecto místico y fantástico.
No queríamos que la fantasía fuera un adorno visual vacío. Cada elemento debía tener un sentido dramático, una función clara dentro de la historia. Venimos de una tradición audiovisual muy marcada por referentes de Hollywood, y el reto era encontrar algo propio, algo que naciera del corazón del relato y no de la tentación del espectáculo puro.
STENNERT: Incluso el mito original tiene elementos que hoy pueden parecer extravagantes, como la capa de invisibilidad o ciertas figuras sobrenaturales. En lugar de reproducirlos tal cual, buscamos nuevas formas de traducir esas ideas. No fue sencillo. Requirió muchas discusiones, muchos intentos, hasta encontrar un lenguaje que respetara el espíritu del mito sin quedar atrapado en lo literal.
¿Qué aspecto del mito de los Nibelungos sintieron más urgente o relevante traer al presente?
BOSS: Primero, sentíamos que era el momento adecuado. En Alemania, hacía años que nadie abordaba esta historia desde una perspectiva ambiciosa. Pero más allá de eso, necesitábamos encontrar nuestro punto de entrada emocional.
Lo que nos atrapó fue la oposición entre dos figuras centrales: Sigfrido y Hagen. Para nosotros, representan dos fuerzas que existen dentro de todos. Por un lado, el impulso, la emoción, la acción guiada por el instinto. Por el otro, la razón fría, la lógica, el cálculo.
STENNERT: Esa tensión entre emoción y racionalidad, entre actuar con el corazón o con la cabeza, es absolutamente contemporánea. Es una lucha interna que define decisiones personales, políticas y sociales hoy en día. En ese sentido, el mito no es una reliquia del pasado, sino un espejo incómodo del presente.
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