Buenos Aires calling: Buzzcocks, Fermin Muguruza y un fin de semana de pop-punk y antifascismo


Buzzcocks y vascos. Buenos Aires -parte de Buenos Aires, una minoría porteña, ruidosa, inquieta, pero acotada y que pierde elecciones, si es que participa- vivió un fin de semana atípico de fiesta, emoción y –si se quiere, y por qué no- reflexión punk. El viernes 23, Buzzcocks tocó en El Teatrito, del centro. Y el sábado 24, Fermin Muguruza cantó en el Complejo Art Media, de Chacarita. Dos artistas con rasgos en común y también con historias, visiones y misiones esencialmente divergentes. Los primeros, pop-punk arty de Manchester para el mundo. El segundo, un radical vasco egresado de la escuela de The Clash y The Specials, pero con unos cuantos posgrados más, que seguramente conoce bien la música de Buzzcocks, aunque lo suyo sea distinto.

Del lado del público, hubo caras repetidas en las dos noches. Expresiones de felicidad similares por la chance de escuchar en vivo a músicos internacionales que no es frecuente ver por acá. Particularmente en este punto de sus carreras.

Muguruza, abanderado antifa en el C. Art Media Foto: Ramiro Rivarola

Buzzcocks es una banda formada en 1976, plena emergencia punk en Inglaterra (dice la leyenda que dos de sus fundadores organizaron el primer concierto de Sex Pistols en Manchester; véase la película 24 Hour Party People, de 2022). Durante décadas fueron como los padrinos del “pop-punk”, etiqueta tan merecida como parcial, ya que excluye la parte más experimental y disruptiva e incómoda de su obra, la parte a la que alude su lema de que “Noise Annoys” (el ruido molesta”). El grupo se caracterizó siempre, además, por el liderazgo compartido entre dos vocalistas-guitarristas-autores. Pero en diciembre de 2018, Pete Shelley, uno de ellos –el que, por cierto, le daba voz a la mayoría de sus clásicos- murió repentinamente, dejándolo solo a su hermano de armas Steve Diggle (70 años), que así llegó ahora a Buenos Aires, junto a una banda integrada por tres músicos jóvenes.

Muguruza, de 62 años, tiene sus raíces musicales en el punk y extrarradio, pero de una vertiente politizada, sin tiempo para canciones de amor ni mucho experimento art-rock, con determinante influencia de The Clash, Sham 69 y The Redskins, entre muchos más, pero que rápidamente incorporó y supo traducir a su entorno más inmediato y a la causa de Euskadi, creando lo que otros llamarían “Rock Radical Vasco”. Tuvo en los 80 una gran banda llamada Kortatu y en los 90 otra no menos poderosa llamada Negu Gorriak, y luego comandó una sucesión de proyectos que podían acercarse más al hardcore norteamericano, el rap, la música de Jamaica, de Nueva Orleáns o de Palestina. En muchas etapas, sobre todo las más importantes, lo acompañó Iñigo, su hermano menor. Unos cinco años atrás, Iñigo falleció y Femin cayó en una depresión, lo que por primera vez logró frenarlo en su carrera de impresionante producción y activismo. Solo recientemente, el músico volvió a tomar el impulso necesario para encarar una gira internacional a la que definió como de “despedida”. La oportunidad de verlo en directo, sumada al detalle de que podría ser la última (oficialmente, lo es), convirtió a este show en una cita de honor para sus militantes porteños (e incluso no porteños, que viajaron para la ocasión).

Foto: Ramiro Rivarola

Sin duda, cómo podría ser de otra manera, pesa la ausencia de Shelley en Buzzcocks. Diggle ahora carga con toda la tensión al frente del escenario. Siempre fue el más rockero de la dupla y hacia allá lleva al cuarteto: canciones directas, garajeras, ganchos power-pop, cierta actitud mod y una lista de hits underground capaz de poner al crust-anarco-punk más iconoclasta a corear “uh-uh-uh”s de la manera más naive: “What Do I Get?”, “Harmony in my Head”, “I Don’t Mind” y, por supuesto, “Ever Fallen In Love”, la canción más versionada de Buzzcocks (de Green Day a Nouvelle Vague). En pasajes como el de “Everybody is Happy Nowadays” es más obvio que Diggle no llega al falsete emblemático e intencionalmente molesto de Shelley. Se inclina, entonces, por mostrar más de lo propio: ocupar más espacios con la guitarra, un instrumento que siempre tocó de una manera muy personal, por momentos proto-noise, con una forma extrañísima de solear con la mínima cantidad de notas posible, tensionando la armonía al límite (a Rolling Stone le contó un mes atrás que esto viene de aprender a tocar con una guitarra imposible de afinar o de tocar con más de una cuerda a la vez).

Steve Diggle & Buzzcocks Foto: Adrián Fortino

Fermin llega a Buenos Aires con banda especial para la ocasión, aunque algunos de sus integrantes lo acompañen hace tiempo. El grupo en sí es una declaración de principios: ocho integrantes, cuatro mujeres y cuatro hombres. La mayoría, vascos; pero también un par de catalanes y un (increíble) bajista cubano. El repertorio es un sobrevuelo por cuarenta años de carrera: desde lo primero de Kortatu (1984) hasta la banda de sonido de Black Is Beltza (2018), la película animada de Muguruza (que hoy parece más volcado creativamente al cómic y el cine).

Si durante el fin de semana, como todos los últimos fines de semana en Buenos Aires, en otros conciertos el público cantó consignas contra el presidente Javier Milei, quien tenga incluso una idea vaga de las posturas de Muguruza imaginará el clima durante su presentación en el C. Art Media. Milei encarna una síntesis prodigiosa de básicamente todo aquello contra lo que el artista vasco peleó desde que agarrara por primera vez una guitarra y soñara con el ejemplo de unión interracial de The Specials. Y lo mismo aplica a sus seguidores. No en vano la convocatoria al show rezaba: “Hachas vascas afiladas contra la motosierra”.

Fue interesante que, en un momento del recital, Muguruza adaptara su habitual grito de guerra “Alerta que camina la lucha guerrillera por América latina” (“Nicaragua sandinista”), cambiando “guerrillera” por “antifascista”. Desde su primera trinchera con Kortatu, Muguruza fue señalado y a veces también perseguido por su supuesto apoyo a la ETA. Es tan cierto que “Sarri Sarri”, una de sus canciones más populares, da cuenta de la huida de dos etarras capturados por las fuerzas de seguridad en los 80, como que Muguruza jamás amplificó la problemática sociopolítica en el País Vasco de manera banal y que su discurso y su obra tienen una coherencia difícil de discutir. Su decisión, hace ya más de 30 años, de cantar prácticamente solo en euskera -mientras tantas bandas de la Península Ibérica hasta lo hacen en inglés en busca de proyección internacional- le da solidez y rigor a sus postulados artísticos, que casi nunca distancia de lo político.

¿Debería Diggle continuar girando como Buzzcocks, sin Shelley? Nadie puede responder a eso, salvo el propio Diggle. Aunque, por otro lado, es una pregunta que cabe también para tantos otros rockeros senior, y eso la hace más interesante, en la medida que tanto ídolo de poster juvenil entra con más o menos fortuna en edad jubilatoria. En este caso particular, hay un dato incontrastable: Diggle inventó (junto a sus viejos compañeros) una manera de componer y de tocar, que no existía antes de que a ellos se les ocurriera en una sala de ensayo en algún sitio de Manchester; algo difícil de ponderar hoy, dado que “el sonido Buzzcocks” es cuestión de dominio público, incluso para la audiencia que ni siquiera sabe quiénes son los Buzzcocks, pero sí escuchan de Green Day a Sum 41. No es tan sencillo plantearle a un artista, entonces, que deje de ser… él mismo, que ya no siga de viaje con su obra, que es lo que ha hecho toda su vida. Una obra que, por cierto, parece además llenar de alegría a unos cuantos fans del ruido molesto y las melodías agridulces alrededor del planeta.

Muguruza, al centro de una banda impecable Foto: Ramiro Rivarola

Muguruza nunca necesitó que le dijeran cuál debería ser su próximo movimiento. De hecho, en un período de gran popularidad, se despidió de Kortatu con un disco doble en vivo, Azken Guda Dantza (un concierto que, por su despliegue, recordó bastante a este último en Buenos Aires), y armó un nuevo proyecto, Negu Gorriak, que unos años después también pondría en suspenso para empezar a viajar aún más libre, de aventura musical en aventura musical (Jamaica-Nueva Orleáns, Palestina y más). Sintetizar semejante arco creativo en un solo show habrá sido desafiante, pero el resultado en Chacarita fue una secuencia sin respiro de ska, rock, raggamuffin, soul, hip-hop, hardcore y folklore vasco (gran protagonismo de la trikitixa, el acordeón vasco), todo ejecutado con una precisión y una claridad impactantes hasta para quien llegó al Art Media con las expectativas más altas.

Prácticamente los únicos matices sonoros en el recital de Buzzcocks son el cuelgue dub de “Why Can’t I Touch It” y el comienzo solitario de Diggle, con guitarra acústica, en “Love Bites”, una de sus mejores composiciones para la banda. Diggle cierra la noche con “Ever Fallen…”, visiblemente agitado, pero aún más contento con su performance y con la respuesta. Se diría que es todo lo que necesita, que es todo lo que el milagro del punk-rock le proveyó de por vida.

El reclamo por Palestina, en el Art Media Foto: Ramiro Rivarola

Fiel a lo que siempre fueron sus propuestas, herederas más o menos directas del concepto universalista del suculento triple Sandinista de The Clash, Fermin plantea su concierto como un viaje vertiginoso por géneros, causas (Palestina, muy presente), registros, épocas, climas e incluso idiomas e invitados (Pecho, de Las Manos de Filippi; Malena D’Alessio de Actitud María Marta; Cari de la longeva banda ska argentina Espías Secretos) y el recuerdo de los que no están (Iñigo Muguruza; Gamexane y Pablo Molina, de Todos Tus Muertos).

Muguruza explicó que con esta gira se despide. Pero, después de semejante show, es difícil pensar que un artista relativamente joven termine su tour y archive para siempre esta obra y esta banda y estas banderas. Más cuando los males que lo empujaron 40 años atrás a la lucha armada con guitarras y micrófonos, hoy provocan aún mayor angustia e indignación. Steve Diggle seguro le aconsejaría que siga, que en realidad para músicos como ellos, con una obra tan particular, de algo así como un género que ellos mismos crearon, no hay opción.

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