Cuando Javiera Mena era una niña pequeña pasaba tardes enteras jugando con los casetes de su abuelo. Mario Garrasco era médico, tenía unos sesenta años y una gran colección musical donde armaba sus propias playlists: había tangos, boleros, Queen, composiciones clásicas, Valeria Lynch y otros.
“Cuando él se iba a trabajar yo me quedaba con toda su colección. Escuchando, escuchando y escuchando”, dice Javiera sobre aquella época. “También tenía un teclado Casio 101 que yo tocaba”.
Hoy Javiera tiene 42 años y acaba de editar su séptimo disco, Inmersión. El álbum se conecta inmediatamente con esa época porque se trata de diez temas que tienen como marca identitaria el concepto de canción clásica y orgánica, aunque conservando —por buenos tramos— ese pulso tecno característico de su obra. También es un trabajo que corre sobre una narrativa introspectiva —inmersiva—, que transmite sensibilidad y fragilidad. Algo genuino y descubierto.
“Creo que me conecté con algo más auténtico mío, que es la ternura”, dice la cantante desde Madrid. “Eso lo tenía más presente en mi primer disco y después no conecté tanto con mi lado más tierno. Ahora siento que lo puedo mostrar sin miedo, quizás por la madurez”.
Esa apertura, que es musical —por mover hacia un segundo plano la sonoridad tecno-house más habitual en sus canciones— y sentimental, se gestó en Madrid junto a Luis “Luichi Boy” Sansó, guitarrista de los españoles Cupido. Fue la primera vez que Javiera, acostumbrada al trabajo en soledad, compuso un disco en compañía. Con Luichi se juntaban en su casa con dos guitarras y así armaron las canciones. Eso, también, fue algo nuevo para ella, que está habituada a construir sus temas desde el piano o la computadora.
“Me empecé a aburrir de componer sola y una de las canciones de mi disco anterior Nocturna, que se llama “Me gustas tú”, la hice con él y después nos empezamos a llevar muy bien”, cuenta sobre el comienzo de la relación con el español. “Además es como que mi TDA se acrecentó mucho, como el de todas las personas en la era de la sobreinformación, y necesito sentarme con alguien en plan ‘hagamos una canción’. Sino, no la termino nunca”.
A Javiera la tiene movilizada la forma en la que se vive hoy: urgente e hiperestimulada. También está en una con su estilo de vida pseudonómade. Hace al menos seis años que se divide entre Madrid y Santiago. Yendo de un verano a otro. Cuando decidió mudarse a España, empezaron a llegar con más fuerza las propuestas de shows en Chile y América Latina. Desde ese momento, el inicio de la temporada estival suele marcar un cambio de localización en su vida. De hecho, un par de semanas después de esta entrevista tiene programado viajar a Chile para instalarse por unos cuatro meses. Esa estadía la traerá a Argentina, donde va a presentar Inmersión el 20 de noviembre en Deseo, en Buenos Aires. “Argentina es el primer país que me abrió las puertas discográficamente, antes que Chile incluso”, dice. “Es muy importante para mí, tengo una relación muy cercana: tengo mis mejores amigos, todas mis carátulas de mis discos las hace Alejandro Ros. Soy prácticamente ciudadana honoraria argentina”.
La dinámica de ir y venir cruza de lleno su vida e impacta en sus vínculos, otro tema importante para ella. “Son más complejos porque las amistades se cortan”, dice. “Al final una está ahí como en medio del océano, con un desarraigo fuerte”. Un poco de eso habla “Mar de coral” —la canción que canta con Santiago Motorizado, el único invitado del disco— que retrata las sensaciones de una relación a distancia, casi a contramano.
“La música era más pura en ese sentido. Me acuerdo de que existía el Fotolog o el Myspace. Una no tenía tanta dopamina en el cuerpo y podría estar conectada con la música. Eso es lo que más extraño: era muy lindo, era precioso”.
Javiera Mena habla del año 2006, cuando editó su disco debut, Esquemas juveniles, que el año próximo va a cumplir dos décadas. Un álbum que hoy podría parecer de otra era. “Siento que envejeció muy bien. Que gente de 19 años se identifica hoy en día”, dice. “Que mis discos hayan envejecido bien, que sean atemporales, hace que me sienta orgullosa de haber sido fiel a mis convicciones como artista”.
Quizás sea por esas convicciones, las que construyeron la identidad de Javiera Mena —la artista, la persona— que Inmersión es, en cierto sentido, una vuelta a Esquemas juveniles, un paseo espiritual, más liviano y, sobre todo, genuino.
“Venía de hacer muchos discos que eran un poco más distantes, más hablando desde un personaje”, dice. “Y ahora creo que me conecté con algo más auténtico y mío”.
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