No es un misterio que el mundo atraviesa un giro hacia la derecha y el conservadurismo. Desde Trump en Estados Unidos hasta Milei en Argentina, pasando por Meloni en Italia y Merz en Alemania, en muchas elecciones recientes los candidatos de derecha y ultraderecha han logrado movilizar a un gran número de votantes.
Este fin de semana fue el turno de Chile, donde el país debía decidir entre continuar la línea progresista del presidente Gabriel Boric, representada por la candidata por el partido comunista Jeannette Jara, o darle finalmente, tras dos intentos fallidos, la oportunidad de gobernar al republicano abiertamente pinochetista José Antonio Kast. Los votantes chilenos optaron por el segundo.
Kast, de padre alemán afiliado al partido nazi antes de llegar como inmigrante a chile, y con un hermano ministro del régimen militar de Pinochet, es un abogado, fundador del Partido Republicano y una de las figuras más representativas de la extrema derecha en Chile.
Exdiputado y exmilitante de la UDI, ha construido su carrera política sobre un discurso de orden, seguridad y control migratorio, junto a posturas conservadoras en temas sociales como el aborto y los derechos sexuales.
Ya se había presentado a la presidencia en las dos elecciones anteriores, donde perdió con el fallecido Sebastián Piñera (2017) y el actual presidente Gabriel Boric (2021). Para esta ocasión, a pesar de salir segundo en la primera vuelta, en la segunda y decisiva arrasó con una diferencia de más de 16 puntos sobre Jara, quien lo felicitó por medio de su cuenta de X.
La democracia habló fuerte y claro. Me acabo de comunicar con el Presidente electo @joseantoniokast para desearle éxito por el bien de Chile.
A quienes nos apoyaron y fueron convocados por nuestra candidatura, tengan claro que seguiremos trabajando por avanzar en una mejor vida…
— Jeannette Jara Román (@jeannette_jara) December 14, 2025
La victoria de José Antonio Kast estuvo marcada por su capacidad de imponer la agenda electoral sin modificar su discurso entre vueltas. La campaña giró en torno a la inseguridad y la inmigración irregular, desplazando debates tradicionales como el costo de vida, un terreno en el que el oficialismo tuvo dificultades para reubicarse.
Ese posicionamiento se vio fortalecido por el apoyo explícito de figuras de la derecha que quedaron fuera en la primera vuelta, como Johannes Kaiser y Evelyn Matthei, lo que permitió a Kast ampliar su base electoral y alcanzar una diferencia histórica a nivel nacional. Para los analistas, el candidato republicano supo capitalizar el malestar social sin sobrerreaccionar al resultado. Kast “va a ser suficientemente inteligente para no leer esa ventaja como un mandato amplio”, señaló Cristóbal Bellolio, académico de la Universidad Adolfo Ibáñez, para CNN.
En contraste, la campaña de Jeannette Jara mostró dificultades para cohesionar a la centroizquierda y conectar con sectores populares y de clase media. Aunque defendió los avances sociales y advirtió sobre los efectos del ajuste fiscal propuesto por Kast, no logró instalar esos temas en el centro de la discusión. “Básicamente perdió contacto con el mundo popular y con partes de la clase media, como pasó con la izquierda en otras partes del mundo”, afirmó Tomás Duval, académico de la Universidad Autónoma de Chile, para CNN.
El desenlace de la elección chilena deja en evidencia una tensión que atraviesa hoy a buena parte de la región: el desgaste de los proyectos progresistas para mantener conexión con amplios sectores del electorado y la capacidad de la derecha para capitalizar el descontento a partir de agendas de orden y seguridad. Más que un punto final, el triunfo de Kast funciona como una señal de alerta sobre un escenario político en transformación, en el que las próximas contiendas electorales podrían profundizar, o matizar este giro ideológico que comienza a delinearse en América Latina.
En 2026 Brasil, Perú y Colombia también tendrán elecciones presidenciales, y al igual que en Chile, la polarización junto con las tendencias regionales están jugando un papel importante en los votantes para elegir a sus próximos gobernantes.
De cara a las elecciones generales del 4 de octubre de 2026, Brasil se perfila como un escenario altamente competitivo entre Lula da Silva, el actual presidente, y el senador Flávio Bolsonaro, hijo del expresidente Jair Bolsonaro, quien fue condenado a 27 años de prisión por liderar un intento de golpe de Estado tras las elecciones de 2022 y es inelegible para competir.
Flávio ha confirmado su candidatura con el respaldo de su padre, generando tensiones dentro del bloque conservador y preocupación en los mercados por la posible polarización que enfrentará a su campaña con la reelección de Lula.
El panorama político peruano llega marcado por una prolongada crisis institucional y social. En octubre de 2025, el Congreso peruano destituyó por “incapacidad moral” a la presidenta Dina Boluarte en medio de una fuerte ola de inseguridad y protestas, y fue reemplazada por el presidente del Legislativo, José Jerí, en un contexto de fragmentación partidaria y desgaste ciudadano hacia las élites políticas que deja muy abiertas las elecciones entrantes.
El caso colombiano puede llegar a ser el más interesante ya que entran en la ecuación factores como Trump y Venezuela. A esto se suma el descontento hacia el gobierno de Gustavo Petro, marcado por escándalos recurrentes y dificultades para sostener mayorías políticas, lo que ha ampliado el margen de acción de la derecha. Sin embargo, ese crecimiento aún no se traduce en una ventaja decisiva, debido a la ausencia de una figura capaz de articular y unificar a los distintos sectores conservadores de cara a las elecciones de 2026.
Es claro que el giro hacia el conservadurismo es innegable a estas alturas, especialmente en América Latina. Las elecciones de 2026 serán clave para definir hacia qué lado del espectro político se moverá el continente, en un contexto marcado por la polarización, el desgaste de los gobiernos progresistas, la centralidad de la agenda de seguridad y migración y el avance de discursos que prometen orden y estabilidad frente a la incertidumbre económica y social.
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