Lali en la tapa de Rolling Stone: “Toda esta situación hizo que me importe más mostrarme fuerte”


En diciembre del año pasado murió Pablo Villanueva, celebridad del barrio de Parque Patricios. Le decían Locura, obviamente era hincha caracterizado de Huracán y en su juventud había sido chorro, pero llevaba largo rato rescatado. Andaba en silla de ruedas desde que, a los 23 años, le vació un cargador de 9mm a un patrullero y en respuesta un oficial lo bajó de tres tiros, uno de los cuales le rompió la última vértebra lumbar. Por eso sobresalía y circulaba por Caseros, por Brasil, por Amancio Alcorta meta saludar vecinos. Por eso y por algo más: el tipo tenía una facha tremenda.

Veintipico de años antes, la nena Mariana Espósito lo veía pasar zigzagueando baldosas flojas y suspiraba: como casi todas las chicas de La Quema, Lali tenía terrible metejón (platónico, en su caso, no tanto para las mayores) con Locura.

Era Brad Pitt en silla de ruedas. La persona más linda del barrio”, dice. Ojazos claros, porte de nadador y simpatía rea como para hacer dulce: una estrella.

Elipsis hasta una tarde de fines de marzo de 2025. Mariana ahora es Lali para todo el mundo (literalmente todo el mundo: cantó en Suiza, en Guatemala, en Israel…) y corre para acá y para allá por los pasillos de una exfábrica hecha moco en Nueva Pompeya, cerca de su Parque Patricios natal. El termómetro marca (no es hipérbole: está el dato anotado en la libreta y borroneado por un par de gotas de chivo) 45 grados de térmica, pero ella igual se sacude y baila y mueve los brazos y hace lipsync con un tapado de cuero pesadísimo que cubre casi por completo su metro cincuenta y algo. Lo que está grabando es el video de, precisamente, “Lokura”, el tema que abre (tras una intro de la que ya vamos a hablar) su último disco, No vayas a atender cuando el demonio llama.

“Es el terror del barrio, tiene fama de desacatado,/ no es sólo un chico malo: acá lo llaman ‘hijo del pecado’./ Todas en la ventana esperando para verlo pasar,/ las otras siempre miran, pero solo a mí me viene a buscar”, dice la letra, y no hay que ser muy lúcido para darse cuenta de qué fenómeno barrial (guiño) la inspiró. “Estábamos todas fascinadas con él. Era un sol, un divino”, refuerza por si no entendiste. Que en paz descanse Locura, que ahora vive en la memoria quemera y en miles de coreos de jovencites en TikTok.

Viendo la escena, no se puede evitar cierta disonancia cognitiva: una popstar que hace algo que, sin mucho problema, podemos llamar rock (a “Lokura” la llevan un riff de guitarra y un pulso de tecnoblues, cruza de Depeche Mode circa Songs of Faith and Devotion con la música de la apertura de True Blood), refrescándose con agua en botella de plástico y un Liliana comprado en cuotas y no con su propio camarín refrigerado y lleno de Sanpellegrino; cantando un tema inspirado por un barra de Huracán. Lali Espósito es un personaje complejo, o uno recontra simple.

“Es muy boutique el laburito, porque por más que, obviamente, uno entregue un material que es parte del mainstream, no es mainstream la forma en la que lo hacemos”, dice. Aun con el apoyo de una multinacional, los recursos nunca son infinitos –menos todavía en esta Argentina– y hay que tomar decisiones: “Yo sé lo que estamos gastando por minuto. Logramos tener una unidad B peleando un presupuesto a los uñazos con Sony. Todo eso hace que yo esté ahí como un técnico más, como cualquiera que está ahí trabajando. Sabemos que tenemos doce horas para hacer esto y yo soy la principal interesada en que quede zarpado. A mí me trajeron ese ventiladorcito y fue tipo ‘me siento Beyoncé’, ¿entendés? Porque mirá el rodaje que logramos. Yo prefiero no gastar en camarines con aire y tener las dos cámaras que necesito”.

La estética del set, de la ropa, de todo lo que se ve por acá tampoco responde a nada que uno a priori vincularía con el imaginario de una estrella pop juvenil. “La idea es que se terminó la fiesta y empezó la resistencia”, cuenta Pablo Cerezo, director creativo, una de las mentes detrás del concepto Lali 2025. Es heavy la cosa, y de ahí que estemos en una fábrica abandonada del sur de la ciudad, con las ratas escondidas nomás porque es de día y hace un calor idiota, rodeados de bailarines y bailarinas vestidos como si fueran a protagonizar un reboot fusionado de Mad Max y The Rocky Horror Picture Show, y no con siete dominicanos con trenzas y un Lamborghini atrás o algo por el estilo.

El nombre del disco, decíamos, es No vayas a atender cuando el demonio llama (no Spoiler de amor ni Sábanas mojadas), y el leitmotiv elegido para ilustrarlo está ahí nomás, al bordecito de enardecer a la Liga de Madres de Familia: una reinterpretación del pentagrama del Sigilo de Baphomet (pero no invertido: al derecho, tipo estrella), con un lado menos, el cual –al ser deconstruido– forma la palabra LALI. Se lo ve en la portada del álbum en forma de hebilla de cinturón, justo por debajo de su pupo sudado, en un contexto que cita veladamente la tapa de Like a Prayer (1989) de Madonna.

¿Qué cosa no es este disco, entonces? No es un estereotipo de pop latino. “Tuve esa experiencia de Miami, la hice toda. Fue un proceso de aprendizaje zarpado, conocí gente maravillosa con la que hasta el día de hoy comparto música y me gusta saber sus opiniones y todo. Pero empecé a despersonalizarme un poco, o a sentir que me estaba por despersonalizar. Y ahí huí. Porque me empecé a preguntar: ‘¿Por qué garcha hago esto?’. Si lo hacía solamente para agradar a un sector de la industria”.

Lo que surge ante esa retirada consciente es algo que Lali no mostraba tanto, pero que llevaba en su ADN de piba de Parque Patricios: el maldito rock. “Había algo de la coyuntura que ahora nos invitaba a hacer un disco más rebelde, y para hacer algo más rebelde, acudís al rock. Yo necesitaba una base más violenta para contar o decir algunas cosas. ‘Fanático’ [single adelanto del álbum, editado en septiembre de 2024] es una canción ultra pop, solo que en la instrumentación hay una agresividad que a lo mejor mis discos anteriores no tienen tan marcada. Ahí estuvo la diferencia”, dice.

En el rock puro y duro, tiene pasado como hincha: “Mi primer recuerdo es La Renga en Huracán [1999, presentación de un disco que tenía una estrella en tapa, como ahora el suyo]. Tendría seis, siete años. Yo vivía a cinco cuadras de la cancha de Huracán, en el pasaje Cooperación, y si no los iba a ver, los veíamos desde la terraza de casa. Por lo menos los ibas a escuchar, seguro”. También tiene pasado (cercano) como invitada: en 2022 fue el 50 por ciento de un inesperado featuring en una reversión de “Revolución” que A.N.I.M.A.L. grabó para su álbum Íntimo extremo: “Fue como para generar algo inesperado, ¿viste? Salir de los estándares. Y él [Andrés Giménez, líder del grupo, amigo de la casa] se la re banca. Porque obviamente los gordos rockeros eran tipo: ‘¿Qué hacés cantando con esa?’. Y él decía: ‘Chúpenme la pija’. Muy gracioso”. Mientras esto se cocina, se anuncia otra incursión rockera suya: collab con Turf en un autocover de “Loco un poco”, recibida en las redes de la banda de Joaquín Levinton con un montón de aplausos y algún “ay, qué innecesario” para cubrir el cupo rancio.

Un juego divertido es el de escuchar No vayas a atender cuando el demonio llama entero y pescar citas. Por ejemplo, “Plástico”, la canción que contiene la frase del título, incluye el icónico AH AH AH de “No me dejan salir” de Charly García. O “Morir de amor”, que recurre a la lírica ricotera con el verso “nunca fui fan de los payasos y de la pasta de campeón”. Y hay más. “Mucho guiñecito en las bases”, dice Lali, y sonríe con la picardía de quien se salió con la suya. “Algunos están medio escondidos, pero queríamos eso. Como casi espiritualmente. Queríamos meter un montón de cositas que tuvieran que ver con nuestro rock y con una cosa muy identitaria nuestra”.

Otra pista para ir a inspeccionar: en “Tu novia II” habla de cómo tu chica se va a ir con ella y vos te las tenés que bancar callado, con lo cual la referencia –si tenés aunque sea un poquito de rock nacional encima– está cantada (y está plantada ahí con la expresa autorización de los autores).

La década del 80, una que Lali no llegó a vivir pues nació en 1991, es otra influencia del disco. A veces bastante explícita, como en el arreglo tecnopop con cencerro corte Pet Shop Boys de “Mejor que vos” ft. Miranda! (motivada por su pareja, Pedro Rosemblat, de quien entre otras cosas alaba que, a diferencia de un hipotético anterior, no la deja sola en la cama, lo hace con ganas y se lo da cuando lo pide; todos problemas que uno tampoco asociaría jamás con Lali Espósito), pero más que nada como referencia sentimental, llena de admiración a un momento de consumos menos efímeros y más intensos.

“No es bastardear esta época sino empoderar la otra. Yo me acuerdo del momento AIWA, que vos agarrabas el disco, lo elegías. Ni siquiera quiero ir más para atrás, hasta la época de mis viejos… que mi vieja me cuenta siempre lo que era eso de ‘che, está el vinilo, hay que conseguirlo, lo tiene tal en el Centro’. Una necesidad de tener esa pieza y de escucharla mucho. Y con atención. No significa que hoy, con las herramientas que tenemos, modernas, rápidas, no puedas hacer cosas buenas. Hay artistas incluso mucho más pendejos que yo que están haciendo cosas especiales y relindas. Pero las juventudes eran distintas. Cuando uno se pone a escuchar a Charly, cuando empezás a crecer y entra a saber de, dice: ‘Che, ¿cómo escribió esto a los veinte años esta persona?’. Y creo que sí tiene que ver con que esa generación tenía acceso a la lectura, a la poesía de otra manera. La otra vez leí un tuit que decía: ‘La gente critica a esta generación que es la que más lee en la historia’, porque tiene más acceso a más cosas…”.

Lali: “Algo de la coyuntura nos invitaba a hacer un disco más rebelde. y para hacer eso, acudís al rock”. (Foto: Guido Adler)

Pero que tenga acceso a la información no quiere decir que lea.

Exactamente. Creo que nosotros estamos atestados de información. Que está bueno en algunos casos, pero que esa gente acudía a esas piezas que te forjaban y te nutrían de otra manera. Entonces creo en ir a buscar a esos poetas para tratar de nutrirte un poco, o hacer un pequeño homenaje, o que te salga algo distinto. Ir a buscarlos y traerlos a tu música, a ver cómo juega eso con tu hoy. Me parece lindo y fue claramente un objetivo de este disco.

Con todo, cualquier sospecha de pasatismo se aniquila con la participación de, justamente, un par de pendejos que hacen cosas lindas. Al featuring de Ale Sergi y Juli Gattas se les suman los de Dillom en “33” (esperable, tras la participación de Mariana en “La carie” de Por cesárea y varios cruces en vivo) y Duki (no tan esperable, pues allá por 2018 andaban a los cachetazos virtuales luego de que el Duko la pusiera de ejemplo de artista que “busca fama” en una entrevista en Rolling Stone). El equipo se completa con Mauro de Tommaso, Galán, BB Asul, Juan Giménez Kuj y Don Barreto, todos compositores y/o productores. En tanto, Julieta Venegas aporta lírica a la balada “No hay héroes”, uno de los pocos descansos del disco.

Repasados varios de los tracks, queda abordar la intro de la que hablábamos más arriba y las otras dos pistas no tradicionalmente musicales. La apertura: un minuto y monedas de un cantito coral infantil en joda que remite a los inicios crismorénicos de Lali en Rincón de luz (2003), Floricienta (2004-2005) y Chiquititas sin fin (2006) y que se ralentiza en una falsa falla de cinta hasta tocarse con la gravedad de “Lokura”. Por el medio está “Sensacional éxito”: Eduardo Colombo, la voz institucional histórica de Telefe, vendiéndola como “tu popstar favorita, la villana inesperada, el fenómeno infanto-juvenil devenida en ícono pop que despierta la más acalorada polémica, la heroína definitiva que levanta la época, la mayor delincuente de la que se tenga memoria”. El cierre: una parodia del fin de transmisión de la tele (centennials: allá por los 90 los canales no transmitían las 24 horas) que marca el desenlace del “álbum pseudorockero de Lali” e insta a reproducirlo “hasta que sus familias los odien”.

La mecánica es evidente: tomar las críticas, adueñarse de ellas, darlas vuelta y convertirlas en un arma. En criollo: si me gritás echando espuma por la boca que soy un invento, un producto a la venta, una chorra de cuarta, y que cómo voy a decir que hago rock si soy una pibita popera, te contesto: “Ja, pero claro, crack” y sigo haciendo lo que más me gusta, porque nada te va a caer peor que eso. Cada uno lidia con sus haters como mejor le sale.
“Es reírse de ellos y un poco de todo. Es algo que vengo pensando mucho y lo pensé en el transcurso del disco: por eso este tipo de guiños y de chistes. Me parece que es una época en la que el humor ha muerto. Hay literalidad, poco vuelo para la risa, para la joda, para la ironía. Hay una solemnidad falsa. Y me parecía muy contracultural cagarme un poco de risa. Poder decir que fue un disco que sumó un poquito a la discusión sobre esto de ‘boludo, qué bizarro todo’. Me pareció interesante hacer un disco que se ría hasta de mí misma”, dice.

La estrategia (o la intención, porque tampoco es que todo responda a un maquiavélico plan: las ganas lisas y llanas pesan mucho) es, entonces, aplicar un aikido conceptual para que cada atacante siga de largo por su propia fuerza.

Pero igual es un disco peleador, ¿o no?

Repeleador. Pero si solo fuera peleador yo hubiera caído en una solemnidad que no me caracteriza, que no me interesa. Caería en una forma de discutir que el arte tiene y está buenísima, pero yo no soy León Gieco, ¿entendés?, como para cantar eso con esa integridad. No soy esa clase de música, ¡ya quisiera! Entonces digo: yo tengo un montón de otras herramientas como el humor, o el hecho de que yo sea mujer. También eso genera otra forma de pelear en la que peleo desde otro lugar con estos pibardos.
Así las cosas, seguramente este sea un buen momento para hablar de quiénes son esos pibardos con los que pelea Lali y quién los manda. Porque en la edición última y definitiva del rubro “situaciones que no vincularías con una cantante pop juvenil”: el mismísimo Presidente de la Nación la ataca con furia cada vez que puede.
Va un recap para tratar de darle sentido, o al menos orden, a esta acumulación de divagues.

Lali: “Es un disco repeleador, pero no es solo eso. no me interesa caer en la solemnidad”. (Foto: Guido Adler)

Todo esto empezó cuando La Libertad Avanza ganó las PASO en agosto de 2023 y Lali reaccionó tuiteando cuatro palabras: “Qué peligroso, qué triste”, en referencia a la idea de que nos pudiera gobernar alguien capaz de decir que los gays son todos pederastas. Ahí aparecieron en manada los pibardos en cuestión, prendidos fuego por la osadía de esta pendeja de la tele y Radio Disney que no se alineaba. La putearon y le dijeron todo tipo de bestialidades: hasta ahí, un día normal en X. Lo que suele pasar en estos casos es el candado, o el cierre de la cuenta, o el pedido de disculpas “por si alguien se sintió ofendido”, pero Lali no amainó: “No me pone para nada mal que me bardeen por considerar peligroso y triste que haya gente que vote a un antiderecho. La violencia con la que bardean y los argumentos son un reflejo de lo que votan, justamente. Nos malacostumbramos a considerar que si alguien opina de una manera es porque está del ‘otro bando’ y del único bando que voy a estar SIEMPRE (dentro del panorama decadente político y económico en el que estamos) es del lado que no se caga en lo ganado en materia de derechos. Aunque sea eso me queda como votante joven argentina responsable, que no piensa en su ombligo únicamente. Podría no opinar nada, obvio. Es lo más ‘cómodo’, pero no soy así. Así que… ¡sí! Para mí es realmente triste y peligroso votar a un anti-derecho semejante. Eso opino. Igual tranquis que soy una ciudadana angustiada, no una candidata ni nada. ¡Relajen! Un beso respetuoso para todos”, declaró. Entonces se metió Milei.

“No sé quién es Lali Espósito, yo escucho a los Rolling Stones. O escucho ópera, no soy un idóneo en música popular”, declaró el ahora primer mandatario, demostrando saber exactamente que Lali Espósito era una artista de música popular, como los Rolling Stones. Desde ese momento la tomó de punto, con el argumento de que –según él– Mariana había cobrado mucha plata de los gobiernos kirchneristas para actuar en distintos festivales del país, por lo cual vivía “de la teta del Estado”. Un día le puso un apodo: “Lali (o Ladri) Depósito” y le pareció hilarante. Festejó su propia ocurrencia repitiéndola en Twitter, en entrevistas, en todos lados. Se puso tan cargoso con eso que un día Jony Viale no se le rio y hasta Esteban Trebucq se le bajó del barco: “La descalificación no me gusta. A mí el tema de ‘Lali Depósito’ no me gusta. Yo cometí un error y le pedí disculpas porque le pregunté al Presidente”, dijo el periodista, no muy acostumbrado a contrariar el storytelling mileísta.

Lali se plantó sin sobreactuar. Tranqui, le cambió la letra a “¿Quiénes son?” en el Cosquín Rock 2024 para hacerla decir “que si fumo, que si vivo, que si digo, que si bebo, que si vivo del Estado”. También escribió una carta abierta en la que le dijo a Milei: “Siento que la asimetría de poder entre usted y los que ataca por pensar distinto y la información falsa, vuelve a su discurso injusto y violento” y lo invitó a un show: “Vi en sus redes que pone en duda mi profesionalismo y destreza sobre el escenario. SIN IRONÍA alguna y con ilusión lo invito a cualquiera de mis conciertos cuando quiera. Sería un placer tenerlo en el público y la pasaría muy bien. Se lo aseguro”.

El Presidente, desde ya, se lo tomó reeee bieeeen: “¿Quién empezó con esto? ¿Yo? Ella empezó. Si te gusta el durazno, bancate la pelusa. ¿Querés hacerte el guapo? Bancate que te responda. ¿Me podés agredir y no se puede contestar? ¿Querés jugar conmigo? Te voy a contestar, no me voy a quedar callado”. El jefe de Estado tiene 54 años.

En febrero pasado, un par de semanas después de su promoción de la criptomoneda $LIBRA, que terminó en desfalco millonario (chiste del destino: Lali publicó el disco Libra en 2020, con un tema llamado “Ladrón”), el Presidente borró de su cuenta de X toda referencia a la cantante, vaya uno a saber por qué.

Mientras Milei embatía, Lali sacaba “Fanático”, que funcionó como anticipo de No vayas a atender cuando el demonio llama. La promo fue una jugada magistral: un día apareció un mural con su cara en Palermo y a la mañana siguiente estaba todo vandalizado con cuernitos, bigote y un signo pesos. La conjetura mediática fue que la pintarrajeada había sido obra de libertarios enojados (valga la redundancia), pero no: había sido ella misma.

Después salieron la canción y el video, y ahí surgió más polémica: frases como “te encanta hacer como que no tenés idea quién soy” (o sea: casi palabra por palabra, lo que dijo Milei sobre ella) llevaron a pensar que el tema incluía alguna que otra indirecta. “Yo entiendo qué te pasa: sos tan solo un niño. Aunque te hagas el malo, te está faltando cariño. Yo no tengo enemigos y no los necesito”, dice en otra parte, y aunque Lali no confirma destinatario (“me hago cargo, pero no es que yo dirigí la canción a una persona: dirigí la canción a un tipo de persona”, le dijo a su pareja, Pedro Rosemblat, en la entrevista que hizo en su canal de streaming Gelatina), es muy difícil obviar la estocada.

“Hay gente que la pasa mucho peor que yo recibiendo ese hate”, dice ahora, parando la pelota en un esfuerzo por entender qué pasa y cómo carajo llegamos a este punto. Tiene todo el derecho del mundo a victimizarse pero elige salir a contramano: “¿Qué tengo que hacer para defender desde un escenario o una canción a la gente de la comunidad LGBT, a quienes siento cerca ideológicamente? ¿Cuál es la contraprestación? Soy una privilegiada si solo me tengo que fumar eso y no recibo la violencia que recibe esa gente, eh. ¿Tengo que recibir que el Presidente diga que yo vivo del Estado o que soy una pedófila? La verdad que recibo lo menos grave de toda esta mierda”.

Esta parte de la entrevista avanza lento (al redactarla: ella no tiene problema) porque en este contexto insólito hay que cuidar cada palabra que se escribe. ¿Va a salir algún cibersoldado a sueldo estatal a recortar a propósito y tuitear que “mirá qué ejemplo che, la kukarda Lali dedicándole una canción a un chorro”, solo para ser replicado hasta el infinito por otra parva de trolls rentados y opas amateurs y –por qué no– incluso por el mismo Presidente, queriendo generar una de esas cada vez más habituales mareas de indignación con la que pretenden regir la moral nacional para después salir a tomar deuda con más margen? Todo puede ser en esta Argentina surrealista, y la autocensura preventiva es un riesgo latente.

Muchas veces me dio una especie de taquicardia pensar en si esa violencia de redes se iba a traducir a la calle, si algún día me iban a pegar un cachetazo. Toda esa matemática la hice, no soy una inconsciente. Pero trabajé mucho artística y humanamente para que eso no logre su cometido, que al final es hacer que muchos de mis colegas se vuelvan muñecos, ¿viste? Como que mejor no decir nada, mejor no expresarse. Creo que eso te desconecta del hecho principal de ser un artista, que es que sos parte de una expresión y sos canal para la expresividad de un montón de gente que no tiene un micrófono, que no tiene ese campo de batalla expresivo”, dice. Los cuidados a tomar son moderados, pero existen: “Lo que cambió es que yo antes ni pensaba en quién se me acercaba y ahora estoy más atenta, pero porque creo que en general subió el volumen de la violencia. Solo por eso. Pero a mí, en mis acciones, no me cambió. Ni mi forma de vivir ni mi cotidianidad”.

Esa intención de disciplinamiento (“Disciplina”, otro temón de Lali) calca la movida que encararon otras derechas del mundo con cantantes pop, especialmente Donald Trump con Taylor Swift y Jair Bolsonaro con Pabllo Vittar y Anitta. Acá Mariana comparte el “honor” con su amiga María Becerra, quien también se ganó un rebautizo del jefe de Estado: María BCRA. La estrategia es encolumnar a la “gente común” contra las “élites privilegiadas” que simbolizarían estas estrellas, pero de vuelta: ¿Son la mejor opción una piba de Parque Patricios y otra del conurbano para representar a esa “casta” a la que tanta saliva le dedica el Presidente?

“Es un poco gracioso que nos usen a nosotras dos para una especie de batalla cultural. ¡Justo María y yo! No lo estoy diciendo peyorativamente por nadie, pero realmente si fueran otras dos personas se les haría más fácil esa búsqueda del enemigo público. Están hablando de una piba de Quilmes que todos sabemos de dónde salió y están hablando de mí, que mucha gente me conoce desde hace 20 años, más o menos. Somos dos ejemplos de mierda para ellos. Somos las dos representantes –sin querer– de una ascendencia social muy identitaria de la Argentina, somos dos pibas que salimos de un barrio, que laburamos, que no cagamos a nadie y que encima podemos dar trabajo a otros. O sea, somos todo eso que cualquier industria empodera, no bastardea. Y menos si sos liberal, supuestamente. Se les corta la narrativa eligiéndonos justo a nosotras. Somos gente común, y creo que ahí es donde se cae un poco la búsqueda de esta demonización. La gente se da cuenta de quiénes somos. Salvo que seas el Gordo Dan, ponele, pero la otra gente ve y dice: ‘Che, a estas pibas más o menos las conocemos’”.

Lali: “Muchas veces me dio una especie de taquicardia pensar en si esa violencia de redes se iba a traducir a la calle”. (Foto: Guido Adler)

Lali no pincha pero tampoco afloja: con sinceridad, lamenta no poder tener al frente de su país a una persona digna de un disenso racional. “A mí me da bronca lo que me genera este hecho, porque es como si él mismo se bajara el precio. A mí me encantaría respetarlo, y te lo digo sin ironía. Hasta con los peores gobiernos que hemos tenido, siempre hubo una cosa de ‘bueno, es el presidente, qué sé yo’. Esta sensación de jerarquía, digamos. Y no me pasa ahora, y la verdad que me da bronca. Me acuerdo de la tercera o cuarta vez que él me nombra como Lali Depósito –o Ladri Depósito, porque después mutó el chiste– y yo lo estaba viendo en casa en LN+, y de repente llega Pedro medio arriba de energía, medio caliente, y yo estaba en el sillón con el gatito y me dice: ‘Vos estás loca, boluda, yo no entiendo cómo estás normal’. Es que realmente es todo tan básico y con tan poco peso, ni siquiera tiene sentido lo que está diciendo, y aparte lo hace de una manera muy infantil, que hasta me cuesta verlo como ese Primer Mandatario que es. Pero creo que él mismo lo dijo públicamente: que no se sentía Presidente”, cuenta.

En uno de los últimos ataques que recibió, en febrero Lali se asomó con María Becerra a un balcón del Centro para saludar durante la masiva marcha de protesta contra las expresiones homofóbicas que Milei profirió en su discurso del foro de Davos. Los grupos de tareas digitales libertarios no tardaron en actuar: le hicieron circular por redes un contrato falso que decía que Amnesty Internacional le había pagado 200 millones de pesos por asistir. Cinco minutos duró la fake news, pero sirve como muestra del modus operandi: “Cuando vos ves que ponen el foco en mí, como hicieron ellos con esa marcha, de lo que habla eso es de una gran falencia política. Hay algo que no estás pudiendo hacer si necesitás poner el foco en mí, en una cantante. Creo que evidencia más algo que no estás pudiendo lograr que cualquier hecho artístico o algo que te parezca demasiado woke”.

Decía Frank Sinatra que la mejor venganza es el éxito masivo, y en ese plan, Lali se la está cobrando fuerte: saca música nueva, tiene nada más y nada menos que tres estadios de Vélez llenos por delante (24 y 25 de mayo y 6 de septiembre) y se acaba de estrenar la secuela de El fin del amor, la serie que protagoniza (de la cual opina: “La gente tiene esta idea, y coincido en muchas piezas, de que las segundas temporadas son una garcha: esta está mejor que la primera, y lo digo de verdad”) . Sigue saludando gente por la calle sin tanta ceremonia y sigue descomprimiendo con reuniones en su casa (“cuando tengo unos días locos, ya me doy cuenta de que lo que a mí me hace feliz es decir: ‘¿Están para asadito el viernes?’. Y preparar todo, comprar la carne, los vinos que sé que a mis amigos les gustan… Todo ese plan social íntimo de ponerme en pedo con mis amigos y hablar de política, de religión… armamos unos quilombos muy lindos”).

Le pegan para bajarla y ella va y vende tres canchas. La aprietan para callarla y pagan para escucharla 150 mil personas. Si se le antoja, se la gasta en camarógrafos aunque se cague de calor. La acusan de ser un producto y va y lo pone en el disco. Si quiere recordar con cariño a un malandra lindo del barrio, lo convierte en hit. ¿Pinta hacer rock? Aguante La Renga, pero que venga Dillom. “Nunca fui lo que querían de mí y no me importa”, canta en otro tema de No vayas a atender cuando el demonio llama, y parece un ejercicio de libertad más nítido que, por decir, la desregulación de las prepagas: “Lejos de amedrentarme esta situación, que creo que fue lo que se buscó, en realidad me potenció. Ayudó a que me importe más lo que digo en el disco. Ayudó a que me importe más mostrarme fuerte”.

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